jueves, 20 de noviembre de 2008

Un mismo ex libris para dos personas diferentes

Un par de acontecimientos que sucedieron las horas pasadas recordaron este texto sobre un ex libris que me regalaron un feliz día, y también el texto que yo escribí a su vez para platicarle a alguien el cómo y el porqué. Lo publico ahora por que sé que te va a a gustar. No dejes de leer primero las palabras que aparecen en la imagen.





Conocí a Luis Ignacio Helguera en 1997, creo. José Luis y yo publicábamos una revista dedicada a la bibliofilia, La Galera, con textos retomados de otras publicaciones, unas antiguas y otras más contemporáneas. Éste es de los pocos textos que alguien escribió para nosotros.

Como no teníamos un peso para pagar nada a nadie, cuando el escritor estaba vivo le llamábamos para solicitar su permiso. Así conocimos a Alberto Ruy Sánchez, a Gabriel Zaid, José Luis Martínez, Alí Chumacero y muchos más. Fue una época muy complicada pero muy divertida. Yo era demasiado tímida y cada contacto con alguien me llenaba de ansiedad.

Luis Ignacio nos invitó una cerveza en el Sanborns de Plaza Loreto y conversamos delicioso por tres horas. Le hice la pregunta rutinaria: ¿tienes ex libris? Me contestó, como pocos, que sí. Fuimos a su departamento en Tizapán, aun vivía con Marina grande, Marina chica, y un perro cocker. Me prestó su ex libris, para publicarlo. Casualmente el siguiente número de La Galera, el del primer aniversario, estaba dedicado al artista del libro Francisco Díaz de León. Cuando le regresé el ex libris me entregó una pequeña nota con el texto que aparece en las páginas de arriba.

Eventualmente visitaba nuestra pequeña oficina, en la parte trasera de la librería de mi mamá, sobre la avenida Álvaro Obregón en la colonia Roma, y nos compartía algún hallazgo de textos de nuestro interés que fuimos publicando en La Galera.

En 2002 nos mudamos a la frontera de la colonia Roma, muy cerca de su departamento en Veracruz. Lo encontrábamos algunas veces en la calle y nos saludaba con aprecio. Charlábamos dos cositas y nos íbamos a casa con una sonrisa de felicidad.

En esa misma época me hice muy amiga de mi querido canadiense Gregory Dechant, traductor. Era de su círculo de ajedrecistas letrados. Fuimos algunas veces a sus partidas. Nos encantaba ver a Luis Ignacio, pero ya no le se le entendía nada. Fue poco antes de la tragedia. Greg era muy cercano a él y cuando sucedió estaba realmente deshecho. Nosotros también.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Selvita:

Gracias por compartir este hermoso texto con nosotros: se oye la voz misma de nuestro querido Nacho en sus finas palabras. Parece que los manes de Luis Ignacio nos están visitando en estos días, porque hace apenas una semana un amigo me envió uno de sus poemas (“Extraña, misteriosa, perturbadora incluso, es la vida”) y ayer mismo estuve compartiendo con otra persona algunas de sus pocas pero admirables greguerías. Dejo una para tus lectores, una greguería dolorosamente presagiosa a la vez que alegre e irónica como lo era Nacho:

El velorio es una fiesta sin anfitrión.

Te mando un beso,

Greg

Selva Hernández dijo...

Gracias por tus palabras, querido Greg. Me complace mucho leerte en este lugar. Tan atinado, como siempre.

Jorge Javier Romero dijo...

Entrañable, extrañado amigo Nacho. Un buen recuerdo de su mirada literaria. Como casi siempre, apenas un apunte.

Selva Hernández dijo...

Hola Jorge, bienvenido a este espacio. Sabía que esta nota les iba a gustar...