viernes, 6 de noviembre de 2009

No sólo de pan vive el hombre


Pica en la imagen para leer el artículo completo.

Cuando leí el hermoso artículo de Mauricio Salvador me soprendió saberme la misma persona de la que él escribe. Me sorprende también que este espacio, que no es más que un ejercicio para compartir mis solitarios momentos de ocio, reciba tanta atención.

No dejes de comprar este número de Tierra Adentro dedicado a los lenguajes de la enfermedad. Me dio mucho gusto encontrar entre sus páginas a una antigua colaboradora de nuestra oficina de diseño, Mayte de la Torre, con una estupenda serie de fotografías: Inventario Vitiligo. Me honra, además, compartir páginas con celebraciones a dos escritores a los que he disfrutado y admirado en esos ratos ociosos: Juan Vicente Melo y Eduardo Lizalde.

No sobra decir que Mónica Nepote, la directora editorial de Tierra Adentro, hace un excelente trabajo para cada número con todo el teje y maneje de planear, solicitar, reunir y volcar en papel textos e imágenes de una forma nueva a la que se venía haciendo desde hace años. Como dicen los teóricos, para que un sistema sobreviva, debe modificarse. Ay, esa ardua y delicada labor de la edición de las revistas culturales...

Me sabe raro presumirte estas palabras que me despliegan de tan buena forma, pero como bien dice el dicho que acompaña algún ex libris: no sólo de pan vive el hombre.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Imágenes de la muerte

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Images of death

Del libro de Mercurio López, La muerte en el impreso mexicano (Editorial RM, 2008), estos cuatro ex libris con el tradicional tema de vanitas. Recomiendan los que saben no utilizar el recurrente tema de la muerte en los ex libris, por trillado; tampoco los retratos del propietario, ni los de sus casas, para no pecar de vanidad.

Ruelas

1. Ex libris de Jesús Luján, 1905.
Dibujo a tinta de Julio Ruelas impreso en clisé.

Ex libris de Roberto Montenegro

2. Ex libris de Roberto Montenegro, ca. 1919.
Dibujo a tinta de Roberto Montenegro impreso en clisé.

Carlos Toro

3. Ex libris de Carlos Toro, ca. 1919.
Dibujo a tinta de Carlos Neve impreso en clisé.

FONDO

4. Ex libris de Harold Leonard, ca. 1947.
Grabado sobre linóleo de Leopoldo Méndez.

Del fantástico libro, reproduzco el prólogo de Gregory Dechant:

Y para empezar a despojarla de su principal ventaja
contra nosotros, sigamos el camino opuesto al ordinario;
quitémosle la extrañeza, habituémonos, acostumbrémonos
a ella. No pensemos en nada con más frecuencia
que en la muerte...
Montaigne

En una de las notas al ensayo que sigue, Mercurio López Casillas se asoma al extenso desarrollo semántico del término calavera en el castellano de México. Tal vez convendrían aquí también unas observaciones sobre sus raíces. La palabra viene del latín calvaria, que significa “cráneo”, voz derivada a su vez de calvus, “calvo, mondo o despojado”. El empleo del término para designar un esqueleto entero se debe a “la confusión que pronto se produjo entre calvaria y el cultismo cadáver con su familia”, una “contaminación inevitable”, según el lexicógrafo Joan Corominas. No menos rico en asociaciones es el evidente parentesco de la palabra con calvario, que viene también del latín calvaria y era el término empleado para traducir gólgota (helenización de una voz aramea que designaba el cráneo) del griego del Evangelio de san Mateo. Fueron sin duda estas evocaciones de la muerte, el despojamiento y la vanidad de la existencia humana las que inspiraron la estremecedora definición de calavera en el gran Diccionario de autoridades de la Real Academia Española (1726):

“La cabeza del hombre, o de otro cualquiera animal, ya despojada por la muerte de todo el adorno exterior e interior de facciones, y sentidos, y que solamente le ha quedado la armazón de los huesos, en que se contempla una horrorosa figura de lo que fue”.

El tono grave de Autoridades podría hacer pensar que fuera algo sombrío un volumen dedicado a la calavera en el arte gráfico mexicano, pero la mirada más superficial a las páginas de este libro desmiente tajantemente esa noción. El autor se refiere al surgimiento, durante la segunda mitad del siglo xviii, de “las prime-ras manifestaciones de la muerte con carácter festivo”. Desde aquel entonces, innumerables artistas mexicanos, tanto célebres como anónimos, han seguido al pie de la letra los consejos de Montaigne citados antes. Que haya sido motivada por el estoicismo senequista de un humanista del Renacimiento o simplemente por esa supuesta indiferencia del mexicano ante la muerte, “que se nutre –en palabras de Octavio Paz– de su in-diferencia ante la vida”, la burlona familiaridad con La Huesuda que se manifiesta en los impresos e ilustraciones de este libro constituye una preparación idónea en el refinado arte de morir.

Uno de los mayores aciertos del trabajo de Mercurio López Casillas es haber situado las famosas calaveras de Posada en el contexto de la larga tradición a la cual pertenecen. Primero, el autor trata brevemente la iconografía prehispánica de la muerte y su capitulación ante modos de pensamiento españoles a raíz de la Conquista. Particularmente esclarecedora es su reflexión sobre el imaginario funerario del período virreinal, ese largo proceso de gestación que dio forma a tantos rasgos de la cultura popular y tradicional de México. En La portentosa vida de la Muerte el franciscano Joaquín Bolaños no produce sino una pálida imitación de las visiones satíricas de Quevedo, pero las extra-ordinarias ilustraciones que acompañan su obra son los primeros ejemplos de la distintiva calavera mexicana. Estas imágenes constituyen una muestra reveladora del desarrollo de la sociedad criolla de la Nueva España hacia una identidad específicamente mexicana, lo que haría de la independencia política un anticlímax en términos culturales. López Casillas sigue la historia a través del siglo xix, en las tradiciones del Día de Muertos y en las obras de los grandes carica-turistas mexicanos y de Manilla y Posada, los principales exponentes del género en el imaginario popular. Antes de rastrear brevemente las fortunas de la calavera en el siglo xx, el autor analiza la obra de Julio Ruelas. Aunque no pertenecen estrictamente al género de la calavera, las oscuras y perturbadoras visiones de Ruelas son el contrapunto y el complemento necesarios a los aires festivos de las demás imágenes presentadas en este libro. Las morbosas libertades que toma Ruelas con su novia “incestuosa” no son sino otra manera, al fin y al cabo, de seguir la pauta de Montaigne y de quitarle su “extrañeza” a la muerte.

Morituri te salutamus: ¡que comience el espectáculo!