sábado, 4 de julio de 2009

Ni tanto ni tan poco



Hace una semana exactamente, Fernando el carpintero terminó mi esperado librero. Desde que mudé mi oficina hace más de un año, tenía cerca de diez cajas de libros apiladas esperando un espacio.

Abrir libros del pasado es un placer que los viajeros conocen. Guardar libros, en cambio, es una lata: pesan mucho, ocupan demasiado espacio, son especial imán del polvo, molestan al paso; además no se pueden colocar en cualquier lugar pues corren el riesgo de llenarse de humedad, sol y plagas: los enemigos naturales del libro. ¿Por qué guardamos libros en cajas en la covacha de algún pariente, familiar o amigo? Para conservar la sorpresa de desempacar el pasado y de la impermanencia de nuestros intereses: “¿Tenía yo este libro? ¿Para qué guardé tantos años esto? ¿Pero cuándo me interesé en estas cosas sin sentido?” 

En algún patio guardé dos cajas de los mejores cómics y libros ilustrados de mi querida Jazmín cuando se mudó a Londres. Cada vez que venía al defe buscaba sus cajas, las abría y revisaba con curiosidad las páginas de sus libros favoritos. Hace un par de años abrimos las cajas y acomodamos los tomos en los libreros para evitar el maltrato; los libros, para conservarse, deben abrirse. Fue un gran placer para ella, pero también para mí: descubrimos juntas los libros del departamento que compartimos hace más de una década, y que acompañaban nuestras tardes de ocio.

Cuando abrí finalmente mis cajas, tuve una ligera decepción de mis libros guardados: ni eran tantos ni eran tan buenos como los recordaba: tenía más libros guardados en la mente que en las cajas.


El escolar 1
El escolar 2

A pesar de que no hallé lo que buscaba, encontré esta maravilla que reune tres de mis temas favoritos: los libros de texto, las caminatas en el campo y Nicolás León, el controvertido bibliómano, doctor, historiador, antropólogo y primer coleccionista de ex libris en México del que se cuenta que se dejaba las uñas largas para desprender los libros de sus encuadernaciones y las páginas de su lomo. No hay entre las páginas de El escolar naturalista. Instrucciones para la recolección y preparación urgente por los niños en las excursiones escolares de ejemplares de Historia Natural (Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, México, 1894) las ilustraciones para disecar una rana como yo recordaba, sino de una ardilla. No dudo que Nicolás León, que también fue mercenario y criminal del libro, usara técnicas similares a esta que instruye "al escolar naturalista" para hacerse de sus ejemplares, ya fueran animales o libros:

El escolar 5
El escolar 3El escolar 4
El escolar 6
“Si el pájaro se ha capturado con red o trampa, es preciso manejarlo con ciertas precauciones para que no se desplume y se consigue hacerlo bien tomándolo con los dedos por debajo de las alas, entre la pechuga y el vientre, y oprimiéndolo hasta asfixiarlo. A los de buen tamaño y fuerza se les ahorca.”
Como dicen las abuelitas: Ni tanto, ni tan poco.