domingo, 26 de abril de 2009

Felipe Solís

Recibí la triste noticia de su muerte el jueves 23 de abril (el mismo día internacional del libro). Fue buen amigo de José Luis y mío, asiduo visitante de nuestra librería. Muchas veces pensé que si nuestro malogrado negocio sobrevivió más de unos meses fue gracias a sus puntuales visitas sabatinas. Recuerdo sus compras: primeras ediciones de escritores mexicanos, sobre todo de la colección Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica, libros de arquitectura mexicana de los años setenta (ese enorme de Francisco Artigas), revistas y boletines de historia, antropología y arqueología de universidades norteamericanas, nos compró hasta gordos volúmenes antiguos de derecho. Tal vez la mejor de sus compras fue la de cinco enormes tomos ilustrados, impresos en ese papel tipo couché de los años veinte color crema, con hermosas imágenes de excavaciones y piezas prehispánicas impresas en fotograbado de una universidad norteamericana. Esa venta nos hizo durar unos meses más. Cuando le dimos la noticia de que la traspasábamos, lamentó más que cualquier otro cliente el cambio de propietario.

La entrevista que transcribo ahora es anterior a esa época, cuando Jorge Navarijo no era famoso, ni Jotavé había emigrado a Londres; cuando José Luis y yo no teníamos que pagar la renta, el teléfono y la luz y dedicábamos nuestros días a preparar nuestra revistita de bibliofilia. La mejor parte de esa labor era sin duda, cuando los cuatro juntos visitábamos a algún bibliófilo para entrevistarlo, era junio de 1997 cuando fue el turno de Felipe Solís:

Caricatura de Jotavé

Poseer libros es como poseer a alguien: es un placer egoísta

Jorge E. Navarijo

La pasión por la historia y la arqueología mexicanas han llevado a Felipe Solís, actual director interino del Museo Nacional de Antropología, a convertirse quizás en el bibliómano más destacado de esas materias en nuestro país. 

Su colección, con más de 30 mil volúmenes, reúne libros raros, primeras ediciones, mapas, revistas especializadas, buena cantidad de libros extranjeros sobre la arqueología de México y del mundo, y hasta ediciones poco comunes de la los libros de Octavio Paz que Solís ha reunido desde que era niño.  

El día de la entrevista con La galera, el también director de la publicación México en el Tiempo, nos recibe al fondo de un pasillo subterráneo, en el que se encuentran las bóvedas de seguridad del museo, en el que desde hace 25 años ha sido curador de la colección mexica. De ahí pasamos a su oficina, un espacio amplio y cómodo, con un gran ventanal que enmarca la vista al Paseo de la Reforma y al Bosque de Chapultepec.  Acompañados por el café, Felipe Solís nos cuenta:

Tengo 48 años de coleccionista, pues empecé a leer cuando tenía cinco, pero desde antes me gustaban ya los grabados y las imágenes que mi padre me mostraba. Comencé por apropiarme de los ejemplares que había en casa, que eran del patrimonio familiar, y que fueron cayendo en mis manos hasta formar mi colección inicial. Tiempo después conocí La Lagunilla y a los libreros del Centro de la ciudad y con ellos conseguí los libros de los temas que me interesan, fundamentalmente los de historia y libros viejos con grabados o imágenes importantes.

Tuve la fortuna de hacer mi secundaria en el Centro, en la calle de Regina. Eso me permitió recorrer el corazón de la ciudad y conocerlo muy bien. Entre mis correrías un día encontré en la calle de Mesones un puesto de libros fantástico con un personaje que fue clave para mí como bibliómano, don Fernando Rodríguez, conocedor y extraordinario maestro en el arte de coleccionar libros. Tenía un espacio donde los ofrecía al público y también bodegas repletas de ellos. Desde luego, siendo yo un estudiante de secundaria, mis posibilidades económicas eran limitadas, pero era él muy generoso y permitía que en pagos diferidos le cubriera la deuda de alguna joya libraria. En gran medida, mi colección de títulos de don Leopoldo Bartres, uno de los más importantes arqueólogos mexicanos, vino de esa librería. Por supuesto, él vendía libros en La Lagunilla y por él conocí a muchos más libreros con quienes igualmente adquirí muchos libros.

La evocación de Solís va de los negocios libreros a la ciudad como un gran mural en el que la cultura florecía y se preservaba en las calles, especialmente en aquellas que hoy forman el Centro Histórico de la ciudad de México.

La ciudad de los años cincuenta era un paraíso: había pocos automóviles, muy poca gente y una gran cantidad de librerías, no sólo de libros viejos, también de novedades que tenían en sus fondos editoriales libros del siglo XIX a la venta. Recuerdo algunas librerías magníficas, como la Librería Robredo, ubicada donde ahora se encuentra el Templo Mayor, que ofrecía auténticas maravillas. Algunos importantes arqueólogos cuentan que allí compraron de los siglos XVII y XVIII que todavía podían adquirirse en la década de los treinta, eso da la idea de la riqueza bibliográfica  de aquellos años y que hasta los sesentas era excepcional en la ciudad.

Hoy es paradójico recordar a los bibliómanos que nos antecedieron quejándose de que en los años cuarenta y cincuenta ya no encontraban nada. Lo cual significa que tiempo atrás, sobretodo en el mercado de El Volador, la venta del libro antiguo fue muy importante. A mí esa época no me tocó, pero sí algunos de los vendedores que ahí estuvieron, o sus hijos. Entre ellos recuerdo a Jesús Medina, o la Librería Navarro, que tuvo cosas espléndidas, como la clección de libros del antiguo Museo Nacional. Navarro tenía excelente olfato para comprar, era un conocedor de las ediciones de finales del siglo XIX y de principios del XX. La suya era delas librerías-bibliotecas temáticas más ricas que yo he visto en México y su catálogo, toda una joya. Además editaba libros en ediciones limitadas y muy cuidadas. Eran los años treinta, Navarro fue uno de los difusores pioneros de la literatura marxista en México, presentando, además, interesantes propuestas en sus portadas.

¿Por dónde empieza la colección de una biblioteca?

Por el gusto y el conocimiento. Si a usted le gusta la historia, como a mí, empieza a coleccionar libros de esta materia, y después, ayudado de ese conocimiento y de su intuición,  comienza a saber qué libro le conviene. Hoy en día esto es más sencillo, hay mayores posibilidades de informarse a través de las bibliotecas públicas, de las colecciones de bibliografía, de las ferias y exposiciones de libros de segunda mano. Ahora circulan más libro libros que en la época en la que empecé a formar mi biblioteca, se sabe más de ellos y también hay suficientes libreros anticuarios que venden bien estos libros en galerías.

¿Su interés siempre se ha centrado en los libros de historia?

Así es, incluso primero estudié historia, antes que arqueología, porque me gusta y le creo más a la historia. Afortunadamente mi colección la inicié muy joven y todavía conseguí obras importantes como las primeras ediciones de México a través de los siglos y México y su evolución social. Al principio buscaba historia de México y universal, después arqueología, temas específicos del país y de los estados, y luego arte. Soy un coleccionista avaricioso de todos los libros que considero fundamentales para mi biblioteca, pero el centro siempre han sido la historia y la arqueología. Tengo además una sección dedicada  a la geografía mexicana y también sé algo sobre arqueología mundial.

(Continuará...)

martes, 21 de abril de 2009

Imágenes de la vanguardia

Las publicaciones mexicanas en la época de Gabriel Figueroa (1920-1950)

Charla que se impartirá en el Centro Cultural Tijuana el 24 de octubre de 2009 (día del nacimiento de Gabriel Figueroa) a las 19:00 horas. 

ENTRADA LIBRE.

Hubo un tiempo, en ese México que se nos fue, en el que el lenguaje plástico de la vanguardia del país se fincó en la reflexión sobre la identidad nacional. En ese momento, cuando la idea del progreso se centraba  en la ciencia, la tecnología y la industria, y la gran urbe era el territorio de lo posible, los artistas gráficos –diseñadores, ilustradores, fotógrafos y cineastas–, crearon el imaginario paralelo a la propuesta muralista y la imagen del México de la vanguardia. Nunca se cumplió mejor esa frase que Octavio Paz acuñaría décadas después: “para ser modernos de verdad hay que reconciliarnos con nuestra tradición”.

Esta charla será un recorrido visual sobre la representación de la mexicanidad en carteles, libros, periódicos y revistas ilustrados que circularon en los tiempos del fotógrafo de lo mexicano: Gabriel Figueroa. La imagen de la mujer revolucionaria, el indígena en la lucha, el paisaje rural, la urbe, la tradición, la miseria y la muerte que generaron los arquetipos lo mexicano, se mostraban a través no sólo del cine y de la obra pictórica, sino también en la vida diaria mediante los impresos.

Si la fotografía es el lenguaje de la memoria, el diseño es el de la cotidianidad. Y aunque ante nuestros ojos el retrato de aquellos años parezca anquilosado, alguna vez fue lo más moderno.

viernes, 10 de abril de 2009

Un sello y una sortija

Para José Luis
Como un sello

Desde hace días estoy pensando en la forma de comentar y agradecer los catorce comentarios que llegaron a la nota del catorce de marzo. No puedo predecir –porque las predicciones me parecen absurdas– nada sobre el futuro del libro. Lo que sí puedo hacer ahora, y me parece increíble, es invitarte a hojear las primeras páginas de un libro mío, que está agotado en las librerías de la ciudad de México, pero que se puede comprar fácilmente aquí:


y aquí:
http://www.karnobooks.com/

Y en muchos más lugares aquí:
http://openlibrary.org

Me gustaría regalarle a cada uno de los catorce comentaristas esta edición que tiene tres grabados originales, numerados y firmados, una hermosa cubierta de Juan Pascoe impresa a mano con tipos móviles y que está contenida en una linda y roja caja:
http://www.abebooks.com

Pero está muy cara. En cambio no me cuesta nada y a ti tampoco, hojear y leer las primeras páginas del libro, lo puedes hacer aquí:

exmexpor
Se trata de las palabras más hermosas que he leído sobre el significado del ex libris como marca de propiedad. Un texto del ilustre Alfonso Alfaro que me recuerda inevitablemente una sortija mía que usé el diez de abril de hace diez años, el día en que leímos ese versículo del Cantar de los Cantares que dice: Ponme como un sello sobre tu corazón, como una marca sobre tu brazo.

miércoles, 8 de abril de 2009

Especulaciones sobre el futuro de viejos papeles.

Ayer, mientras buscaba un grabado de Juárez hecho por el Taller de Gráfica Popular en el Boletín Bibliográfico de Hacienda, me encontré con este artículo sobre ex libris que A. Jiménez publicó el 30 de noviembre de 1960, justo en el mismo tiempo que se publicó la primera edición de la Picardía mexicana. Ya lo conocía pero lo había olvidado.


Ex libris. Artículo de A. Jiménez (I)

Ex libris. Artículo de A. Jiménez (II)


Ex libris. Artículo de A. Jiménez (III)

Ex libris. Artículo de A. Jiménez (IV)

A un lado de la segunda parte de las notas que se pueden leer aquí hay una entrevista extensa y divertida que le hace el periodista Tomás Álvarez González a A. Jiménez con motivo de la presentación de su obra en la VIII Feria Mexicana de Libro. Transcribo de aquella sólo una de las preguntas:

–Y en todas las librerías le han dado esa preferencia que se llama "derecho de aparador", ¿verdad?
–Efectivamente. Alguien ha dicho que este libro va a ser de catálogo, o sea, que su interés no pasará; el mismo don Alfonso Reyes escribió que "su valor irá aumentando a través de los años". Imagínese usted la importancia que tendrá este libro en un siglo o dos. Los mismos personajes de Fernández de Lizardi, de García Cubas y de Guillermo Prieto, nos trasladan al México de entonces aunque nos llenan de candor cuando vemos sus imágenes.

Ya casi pasa la mitad de ese siglo que menciona Jiménez; no sabemos cuánto valdrá Picardía mexicana entonces, pero sí podemos especular acerca de los muchos valores que puede tener un libro, para no hablar sólo del monetario. ¿Cuánto y por qué valdrá? ¿Será Jiménez un Lizardi, un García Cubas? Dime, si conoces el libro, qué piensas.

domingo, 5 de abril de 2009

Uno bibliófilo y pícaro, como mi par de amigos

Para Francisco, el cinco de abril, y también para Rossana.

Picardía Mexicana

Un querido amigo me pidió que entre los doce regalos de diciembre reseñara la famosa Picardía mexicana, el libro que según cuenta la leyenda, fue escrito por sugerencia o casi mandato del presidente Adolfo López Mateos a su autor, Armando Jiménez. En una cena de esas agradables y divertidas, mi amiga Rossana me mostró Nueva picardía mexicana; este ex libris, que estaba suelto entre las páginas, salió de su ejemplar. 

Ex libris
Es de mis favoritos mexicanos: un linóleo colectivo del Taller de Gráfica Popular, que muestra la imagen de un libro abierto, con capitulares y la ilustración de una escena callejera. Una mano escribe con lápiz el lema: Lo popular como generador.

Ex libris
Ex libris A. Jiménez
En mi colección hay dos, pero no conocía este impreso sobre cartulina azul. Me los regaló Armando Jiménez, que padece la incurable enfermedad de la bibliofilia y es asiduo visitante de las librerías de viejo. Una vez que estaba con Mercurio en la Librería de Viejo de Donceles 75, se escuchó un fuerte llamado desde la entrada “¡Mercurio!, ¡te veo más turbado que ayer!” Mercurio se sonrojó en extremo, como nunca antes lo vi ni lo volví a ver después y saludó: “buenas tardes, maestro Jiménez...”


Portadilla

Le pregunté a Mercurio si conocía la primera edición que según el colofón apareció el 15 de septiembre de 1960 o al menos una edición anterior a la mía: la vigesimo sexta, de 1966, de cinco mil ejemplares. Me dijo que no. Que sospechaba que el cúmulo de ediciones y de ejemplares que deberían existir, seguramente era una atimaña de Jiménez para promover la especulación y la rareza de los ejemplares. Bibliófilo al fin. Yo recuerdo esta portada naranja, impresa además en verde, rojo, amarillo, rosa, y azul. El libro es común (se editado más de 121 veces); seguramente lo adquirirás con facilidad y te divertirás, si es que no lo has hecho ya antes, con sus picardías y su bibliofilia, porque está lleno de guiños, entre sátira y sátira, hacia la pasión por los libros de su autor.

Nueva Picardía Mexicana
De la segunda parte, Nueva picardía mexicana, extraigo un fragmento del prólogo que escribe Octavio Paz:
Mi amigo A. Jiménez me encargó el prólogo para esta obra. Acepté y al escribir los primeros párrafos me di cuenta de que, en lugar de ceñirme al tema, me perdía en vagabundeos y divagaciones. Decidí seguir a mi pensamiento sin tratar de guiarlo, y el resultado fue un texto de ciento cincuenta páginas que ha sido publicado en forma de libro [Conjunciones y disyunciones, Joaquín Mortiz, 1969].
[...]
Hay una relación indudable, aunque no completamente aclarada, entre pícaro, picardía y picar. Al principio, según Corominas, se llamaba pícaro a quien se ocupaba en los menesteres y oficios que designa el verbo picar: pinche de cocina, picador de toros, etcétera. Más tarde, la palabra pasó al lenguaje del hampa, como “denominación de otras actividades menos honestas pero en las que también se picaba o se mordía. ¿Hará falta recordar al mordelón mexicano? Si es pícaro el que pica, corta, hiere, muerde, espolea, enardece, irrita: ¿qué es picardía? Por una parte, es acción del pícaro; por la otra un chiste, un cuento, un dibujo humorístico y satírico. El acto real y el acyo simbólico: en un caso se pica la piel, o la bolsa ajena; en el otro, el pinchazo es imaginario.
De la primera, te dejo unos acertijos, ya ves que me gustan...

acertijo

acertijo1

acertijo2